APOLO Y JACINTO

 

Jacinto, era el joven hijo de Amiclas, Rey de Esparta (según otras versiones, de la Musa Clío, y  su hermosura empalidecía a la de los más hermosos Dioses del Olimpo. Apolo  se enamoró perdidamente del muchacho.


El dios, una de las deidades mas hermosas, a menudo quedaba con Jacinto en el Río Eurotas, en Esparta, para pasar el mayor tiempo posible con su joven amado, enseñándole las artes del arco (según otras versiones, el disco) y a tocar la citara, ya que Jacinto era especialmente sensible y capacitado para  la música, entre otras de sus muchas cualidades.


No sólo Apolo se había prendado del adolescente. Céfiro (dios del viento) y Tamiris un renombrado músico cayeron hechizados por la dulzura y belleza del joven príncipe.
De Tamiris se dice que fue el primero que se enamoró de alguien de su sexo. Era hijo de un afamado músico quien le transmitió sus dotes para el arte musical.


Cuentan las leyendas que Apolo, ante la competencia del artista, se dedicó a lanzar infundios para desacreditar a la divinidad ante otros músicos y ante el propio muchacho.


Las calumnias estaban bien preparadas y llegaron a mencionar la superioridad de su voz y de sus capacidades interpretativas frente a las de las mismas Musas. Esto fue la perdición del músico, por cuanto las Musas no tienen ni admiten superiores en ningún plano de la creación artística.


Estas divinidades tomaron represalias, y en un instante descargaron su enfado sobre Tamiris, quien por haber dicho que era capaz de vencer a las Musas con su melodiosa voz, fue condenado a perder la vista, el habla y la memoria.


De este modo Apolo anuló a un peligroso rival. Pero todavía quedaba la presencia de Céfiro (Dios del viento del Oeste), que incapaz de competir con el amor que Jacinto iba desarrollando hacia Apolo, atormentado por los celos, decidió la muerte del muchacho.


Una tarde, en que Apolo y el adolescente estaban jugando y lanzando un disco (otras versiones hablan de unas flechas). En una de las tiradas, el Dios envío el proyectil altísimo, y Céfiro ejecutando su venganza surgida del despecho, sopló haciendo que el disco se desviase, chocase contra una piedra y fuese a impactar contra la frente de Jacinto con inusitada violencia.


El hermoso efebo murió al instante, y ni siquiera su amante divino logro socorrerle. Únicamente tuvo tiempo de abrazarle y besar sus cabellos negros con cuyos rizos iba mezclándose la sangre roja que iba cayendo al suelo.


Horrorizado Apolo, trato desesperadamente de contener la sangre que manaba de la frente, sosteniendo al muchacho en sus rodillas, pero todo fue en vano. Lo único que pudo hacer, en su dolor, fue transformar la sangre que manaba de la cabeza del muchacho en una hermosa flor de color rojo púrpura, que desde entonces, para perpetuar su memoria pasaría a llamarse la Flor de Jacinto.