AQUILES Y PATROCLO

 


Hay quien dice que cuando nació Aquiles, su madre, Tetis, le sumergió en el río Estigia para hacerlo invulnerable a cualquier arma pero que, mientras lo hacía, lo sostenía por el talón, que jamás llegó a mojarse, y que fue donde le hirió fatalmente una flecha. Otros dicen que la historia no es así, sino que Tetis lo sumergió en fuego esperando que se volviese inmortal como ella pero que su padre, Peleo, rey de los Mirmidones, entró en la habitación y la interrumpió. Furiosa por la interrupción, la madre huyó al océano, su antigua morada. Peleo, que necesitaba un tutor para el niño, lo llevó a su amigo Quirón, el sabio centauro que había criado ya a tantos otros héroes. El niño creció alimentado con tuétano de oso para adquirir valor y con tuétano de cervatillos para ser un veloz corredor. Con seis años, mató a su primer jabalí y podía correr más rápido que los ciervos salvajes en las cacerías. Creció y se convirtió en el héroe más valiente, hermoso y rápido de todos los héroes.

Cuando Paris, el príncipe troyano, tomó a la bella Elena y toda Grecia se alzó para exigir que fuese devuelta a su hogar legítimo, el rubio Aquiles condujo a los ejércitos de Grecia al sitio de Troya, y allí combatió con valentía durante nueve años, hasta que se negó a combatir con los otros héroes. El general griego Agamenón, se había apoderado por la fuerza de la Hermosa Briseida, que le había correspondido como botín de guerra y era su esclava favorita. "Adelante, Agamenón, róbame el premio que me corresponde" dijo Aquiles, con su corazón cegado por el odio "pero que sepas que los griegos me buscarán cuando me necesiten, y no me hallarán". Y así, el valiente Aquiles se quedó sentado en su tienda mientras arreciaba la batalla y un héroe tras otro iban cayendo bajos los ataques de Héctor, el general troyano, y sus tropas. Y hasta el último de los griegos habría fallecido de no ser por lo único que aún conmovía el corazón de Aquiles: su amor por Patroclo, su mejor amigo y su amante. Sólo cuando su amante le fue arrebatado por la muerte volvió al campo de batalla, para vengar a quien quería más que a cualquier otro.

Habían sido amigos desde la infancia, desde los días en que Aquiles había vuelto desde el bosque a vivir en casa de su padre. Un día, Menecio, viejo amigo de su padre, pidió refugio en la corte del rey Peleo. Según parecía, su joven hijo, Patroclo, había peleado con un amigo a consecuencia de una partida de dados y, sin querer, lo había matado. Menecio y Peleo habían navegado juntos a Argos y eran buenos amigos, por lo que los dos atribulados viajeros hallaron asilo. Posteriormente, en una ceremonia sagrada, Peleo purificó a Patroclo, redimiéndolo de su crimen. El joven fue nombrado escudero de Aquiles, tras lo que no tardaron en hacerse los mejores amigos y, tras ello, amantes.


Puesto que su madre era una diosa, sabía que iba a tener lugar una gran guerra entre griegos y troyanos. También sabía que si su hijo luchaba contra los troyanos, moriría. Así que envió a Aquiles a la corte del rey Licomedes, donde este fue vestido de muchacha y escondido entre las hijas del rey. Era un buen truco pero los generales griegos eran más listos. El astuto Calcas ya había avisado de que jamás podría tomarse Troya sin la ayuda del hijo del rey Peleo. Así que tres (uno de los cuales era Ulises) se dirigieron a Esquiro, la isla del rey Licomedes en la que se rumoreaba que el muchacho se había ocultado. El rey les ofreció buscar donde quisieran y no hallaron nada, pero Ulises discurrió una treta. Trajo una pila de regalos a los aposentos de las mujeres, entre los que ocultó un escudo y una lanza. Mientras que las muchachas iban cogiendo los delicados productos, hizo que un cómplice tocara la trompeta de guerra. Aquiles, que creyó que estaban atacando la isla, se quitó sus ropas de mujer y cogió las armas. Una vez descubierto, Licomedes le permitió marchar, y fue nombrado almirante de la flota griega. Tenía tan solo quince años. Pero, mientras vivió con las hijas del rey, se enamoró de una de ellas, llamada Deidameia, a quien había hecho un hijo. Una vez que la flota griega puso rumbo a Troya, los barcos se dispersaron a consecuencia de una tormenta. Aquiles aprovechó el retraso para volver a Esquiro y casarse con Deidameia.

Poco después, los barcos se juntaron y navegaron hacia Troya, donde llegaron tras no pocas dificultades. Pero Aquiles no estaba solo. Habían enviado a Patroclo a vigilarle y, desde entonces, se volvieron inseparables. Al rezar a los dioses, Aquiles les pidió que borrasen a la raza humana de la faz de la tierra, excepto a Patroclo y a él mismo. Tan pronto como los griegos llegaron a la costa troyana, emprendieron combate con sus defensores. Entre ellos estaba Troilo, el hijo de Príamo, rey de Troya, que tenía diecinueve años. Existía la profecía de que si vivía hasta los veinte años, Troya no caería, pero eso no iba a ocurrir. Aquiles fue presa de deseo hacia él cuando peleaban. "Te mataré, a menos que cedas a mis caricias" le amenazó el héroe. El joven se negó y corrió a esconderse en un templo, pero allí irrumpió Aquiles, ante la resistencia del joven, acabó decapitándolo sobre el altar.

Tras desembarcar en Troya, los griegos llegaron a la conclusión de que no se podía atacar la ciudadela, así que pasaron los nueve años siguientes saqueando las ciudades cercanas. Aquiles siempre estaba en primera línea de frente y llevó a sus hombres, los mirmidones, de victoria en victoria. Bajo su mando, los griegos tomaron más de veinte ciudades y, al final del noveno año de lucha, cayó la ciudad de Lirneso. Briseida, princesa real, fue hecha prisionera y cuando se repartieron los despojos, le tocó a Aquiles. No fue suya mucho tiempo.

Cuando Agamenón hubo de renunciar a su propia concubina para apaciguar a los dioses, su furia no tuvo límites y se desfogó con Aquiles arrebatándole a Briseida. Aquiles juró que desde ese momento no guerrearía más, y sacó a sus hombres de la lucha. La suerte de los griegos dio un revés y el control de la situación pasó a manos troyanas.

Agamenón, profundamente arrepentido, despachó mensajeros para pedir a Aquiles que volviese a la batalla, prometiendo devolverle a Briseida. Aquiles no transigió y las cosas fueron a peores para los griegos. Los troyanos estaban a punto de prender fuego a los barcos griegos cuando Patroclo pidió permiso a Aquiles para tomar su armadura prestada para que, al verle, cundiera el miedo en las filas troyanas. Aquiles accedió pero con la condición de que Patroclo habría de volver tan pronto como hubiesen apartado a los troyanos de los barcos. En el fragor de la batalla, a Patroclo se le olvidaron esas instrucciones y siguió luchando hasta rechazar al enemigo a las mismas murallas de la ciudad. Apolo, patrón de los troyanos, intervino y atacó a Patroclo, a quien Héctor remató de un solo golpe.

Cuando Aquiles oyó las amargas noticias, lloró y se revolvió en el suelo, transido de dolor. Sus amigos trajeron el cuerpo de Patroclo del campo de batalla pero él no les dejó enterrarlo. Se echó sobre él, rodeándolo con sus brazos, sollozando desesperadamente. Su madre, Tetis, vino a consolarle. "Hijo mío, ¿cuánto tiempo seguirás llorando con la mirada extraviada de pena, sin comer ni dormir? Yacer con mujeres y enamorarse de ellas también es bueno." Pero Aquiles no podía pensar en otra cosa que no fuese su compañero enamorado, a quien recriminó amargamente haber jugado con su vida: "No tuviste consideración por mi pura reverencia hacia tus muslos, ingrato a despecho de nuestros muchos besos."

Tras ello, Aquiles se levantó, se puso la armadura nueva que había traído su madre, recién sacada de las forjas del dios Hefestos, y se volvió a lanzar al combate; derrotó a los troyanos y mató a Héctor, su general e hijo mayor del rey Príamo. Poco después, sería él quien moriría a manos de Paris, el hermano de Héctor, quien horadó su talón con una flecha envenenada guiada por  Apolo, que no había olvidado la muerte de Troilo. Así, se cumplió la profecía y el espíritu de Aquiles se unió al de su amigo en los Campos Elíseos. Sus cenizas se mezclaron en una urna de oro, y fueron enterrados por los griegos en una tumba común.